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Así es mi vida


Tenia 7 años cuando mi mamá interrumpía mi clase de 1° de primaria: “señorita”, con permiso, es que el niño debe tomarse la pastilla” mientras yo salía hasta la puerta y consumía un vaso de agua junto con una pastilla que recuerdo verdosa.

A los 13, ya viviendo en Cali, me doy cuenta que me da miedo andar solo en bus, cosa que debía hacer obligatoriamente por el colegio. Limito mis salidas pues presento taquicardia fuerte y en general una ansiedad severa. Recuerdo contarle a mi padre que un día me lleva a el medico que me envía a otro, y luego a otro hasta que terminamos en consulta en el psiquiátrico de Cali, la primera consulta de muchas que tendría en mi vida (allí debe reposar historia clínica de aquellas épocas).

Ya en plena adolescencia descubro los medicamentos para “los nervios” y comienzo a auto medicarme ya que en aquella época (1979 más o menos) se vendían libremente. Por largas temporadas. Use Triptanol, Lexotan y una que recuerdo tomé durante muchos años “Tranquilan” a la cual casi fui adicto.

Llegó universidad y con ella, la posibilidad de recibir tratamiento médico. A los pocos meses ya estoy derivado a la unidad de salud mental del hospital universitario, con el Dr Wifredo Arévalo quien después de evaluarme me recomienda hospitalización por la gravedad de mi caso, que si mal no recuerdo, catalogó como “crisis de angustia severa”. La unidad de salud mental era un pasillo siempre cerrado, oscuro, con una fila de puertas casi nunca abierta y casi sin enfermeras. Jamás acepté tal hospitalización y preferí lidiar con mi ansiedad antes que con ese encierro.

Me volví visitante asiduo del área de urgencias del hospital departamental en una época donde no existían los diagnósticos de ansiedad generalizada, trastorno de pánico y menos de agorafobia.

Gran parte de mi adultez la pude vivir gracias a una automedicación que descubrí muy efectiva: el alcohol, más especialmente la cerveza por la facilidad de conseguirla en cualquier tienda ante la eventualidad de una crisis. Las poquísimas veces en me vi obligado a viajar a causa de mis trabajos, siempre lo hice en borracheras al borde de la inconsciencia. ¡Cómo sufría! Hice en total 6 viajes en avión (todas antes del año 2000), dos por tierra a Bogotá, una a Popayán y otra a Buenaventura. Jamás en mi vida he hecho un viaje de placer excepto uno en 1998 cuando fui a Juanchaco con mi hijo (obviamente fui y volví bajo los efectos del alcohol).

Mi último viaje intermunicipal fue en el 2008, a Buga (a solo 70 Km de mi casa), obligado por mi último empleador. Toda una tortura, que debí manejar aumentando la dosis de medicamento habitual. Y es que en 2002 abandoné el alcohol, para lo cual hube de hospitalizarme, primero en la clínica para desintoxicación, por 7 días, y luego 45 en una entidad especializada para adicciones. La empresa me apoyó y pagó la mitad de un costoso tratamiento. Para la otra mitad me dio un crédito que pagué. Desde aquella época me acompañan los medicamentos psiquiátricos, sin falta. Clonazepam a mañana y tarde.

El resumen es que en mi adolescencia me auto medico con tranquilizantes, en mi adultez con alcohol (cerveza, siempre cerveza) hasta el punto de llegar a beber diariamente durante casi 15 años y a dos hospitalizaciones por esta causa. En 2002 logro pasarme a los medicamentos y abandono el alcohol, cosa que he logrado hasta hoy, afortunadamente.

En el 2010 reaparece mi agorafobia de una manera fuerte y desde entonces me recluyo en casa. Luego de muchas situaciones médicas y administrativas, mi empresa, donde ya llevaba 15 años, me facilita tele trabajar. Me instala todo en casa y trabajo desde mi hogar. Trabajo hasta el 26 de septiembre de 2013 pues no soporto este esquema (por diversas circunstancias) y cometo la locura de renunciar para trabajar por mi cuenta. Perdí mi apartamento (que estaba pagando) y todos mis bienes pero con el tiempo, más o menos a los dos años, logro generar ingresos para mantenerme precariamente. Eso sí, desde entonces no salgo de casa. El único sitio donde voy es la clínica, que queda a unos 1500 metros de mi casa. Desde el 2010 he salido dos veces al norte de la ciudad, ambas por razones médicas. La primera cuando en 2012 debo ir al médico ocupacional que va a recomendar el teletrabajo y la segunda en septiembre pasado, cuando debí ir a consulta psiconeurologica como requisito para proseguir con la solicitud de pensión por invalidez que debe realizarse en la junta de calificación de invalidez en menos de 60 días.

El resultado es que cada día es más probable que me pierda en la ciudad donde nací y he vivido toda mi vida pues hay muchas obras que no conozco.

¿Cómo es mi vida hoy?

En medio de la espera por mi dictamen de invalidez por causas mentales que mi médico asegura ganaré con una probabilidad más alta del 90%, llevo 15 meses de incapacidad medica consecutiva y sigo recluido en mi casa con la única excepción de la clínica o sus centros comerciales aledaños (en un radio entre 200 a 400 metros de esa entidad de salud). Desde allí trabajo cuando quiero “salir de la casa”.

No ha sido fácil. Cuando comencé a trabajar desde el centro comercial aledaño, por allá en 2013, los guardas se fijaron en mi persistencia y en lo casi ritual de mi comportamiento, lo recurrente y persistente de mis visitas. Fui seguido algunos meses por los pasillos del centro comercial y vigilado de cerca. Con el tiempo aprendieron a conocerme y hoy me toleran, me permiten parquear todo el día el carro sin molestarme. Me conocen.

Igual me sucedió en la clínica donde tuve problemas al comienzo para ingresar. Con el tiempo, (hablo de años) se han acostumbrado a mi presencia y hoy muchos de los empleados de seguridad me saludan, al igual que empleados de la clínica y de la cafetería me saludan casi con familiaridad.

El parque cercano (contiguo) a la clínica también se convirtió en uno de mis sitios preferidos para ir con mi padre, de 91 años. Todas las tardes, mientras esté con él, no puedo dejar de ir, a la misma hora, a la misma banca. Con el pasar del tiempo los vecinos se alarmaron y varios llegaron a acercarse a preguntarme si vivía por allí, algunos de manera decente, otros sin ocultar su desconfianza y con algo de grosería.

Hoy, gracias a Dios, saludo a muchos, ya me conocen, me toleran y no causa zozobra mi presencia.

Los problemas en que se mete uno por su condición médica.

Y así es mi vida hoy, entre mi casa y el entorno de la clínica. Paso los días navegando en internet, escuchando podcast y claro, trabajando, pues a pesar de todo tengo el orgullo de valerme por mi mismo, cosa que he podido hacer con gran esfuerzo hasta ahora aunque espero y cuento los días para contar con un ingreso fijo producto de mi pensión por invalidez.

Ya lo dijo mi actual psiquiatra un día algo que me dejó clara mi realidad y que nunca se me olvida: “Casos como el suyo no deben haber muchos”.

¿Siguen pensando que ser autista (con sus comorbilidades asociadas), es cool?

Gracias por leerme y por entender mi condición.

Yo autista.


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